Por Javier J. Vázquez* y Mariano Lattari**
Este 5 de junio celebramos el 50 aniversario del Día Mundial del Ambiente, establecido por primera vez en la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1972. Este hito marca medio siglo desde que la temática ambiental se convirtió en parte de la agenda mundial.
El lema propuesto por la ONU para este año es «Sin contaminación por plástico», ya que cada año se producen más de 400 millones de toneladas de plástico a nivel mundial, y se estima que la mitad de este material está diseñado para un solo uso. Lamentablemente, menos del 10% se recicla. Frente a este desafío, resulta urgente replantear nuestra relación con el plástico.
Para abordar este problema, ya no es suficiente enfocarse únicamente en el reciclaje. Debemos comenzar a considerar el uso de otros materiales y reducir nuestra dependencia de los plásticos derivados de hidrocarburos. Esto no solo ayudará a reducir la contaminación en suelos y océanos, lo cual afecta a la flora y la fauna, sino también a disminuir las emisiones asociadas al plástico de origen petroquímico.
Desde el Instituto Moisés Lebensohn, a través de nuestra iniciativa «Agenda Ambiental como Agenda de Desarrollo», promovemos la investigación y el desarrollo de estrategias productivas y científicas que aborden los desafíos ambientales y, al mismo tiempo, generen oportunidades económicas. Una de esas estrategias es la bioeconomía, que puede entenderse como una actualización o complemento de la Economía Circular y la Economía Verde (Fig. 1).

Fig. 1: La bioeconomía y su relación con otros enfoques económicos sostenibles
Estos tres enfoques no son excluyentes entre sí, ya que comparten el objetivo común de contribuir a un mundo más sostenible, con una menor huella ambiental, y trabajar para restaurar los ecosistemas y revertir el cambio climático. En términos de definición, la bioeconomía implica el uso intensivo del conocimiento científico-tecnológico basado en principios, procesos y recursos naturales renovables de origen biológico, con el fin de obtener bienes y servicios de manera sostenible en todos los sectores de la economía.
En la actualidad, Argentina se enfrenta a un doble desafío: restablecer equilibrios estratégicos en materia energética y territorial, y encontrar nuevas fuentes de crecimiento en términos de ingresos y generación de empleo. En este sentido, la bioeconomía representa una gran oportunidad para nuestro país, ya que cuenta con abundantes recursos de origen biológico y ha tenido numerosas experiencias exitosas en su aprovechamiento productivo. Además, posee una infraestructura científico-tecnológica razonablemente desarrollada. En relación a esto, las iniciativas bioeconómicas pueden agruparse en áreas o sectores potenciales conocidos como «senderos de aprovechamiento». Algunos ejemplos destacados son las «biorrefinerías» (para la generación de biocombustibles), las «aplicaciones biotecnológicas» (como organismos genéticamente modificados, bioproductos y bioinsumos), la «ecointensificación» (prácticas productivas sostenibles como la producción orgánica), la «eficiencia de las cadenas de valor» (con énfasis en la economía circular) y los «servicios ecosistémicos» (como el ecoturismo y los bonos de carbono).
Entre los beneficios de la bioeconomía, es importante destacar que fomenta la innovación y el desarrollo de nuevas tecnologías en el uso de los recursos biológicos, lo cual favorece la creación de empleo y oportunidades de negocio en las comunidades, contribuyendo así a reducir la pobreza. En definitiva, la diversificación productiva brinda amplias posibilidades para la creatividad e innovación humana, al mismo tiempo que protege el medio ambiente y genera más empleos. Podemos encontrar evidencias de esto al estimular la producción de bioenergía en lugar de depender de recursos fósiles no renovables, al utilizar bioinsumos y biomateriales para mitigar el impacto ambiental de las prácticas productivas, y al aprovechar los servicios ecosistémicos a través del ecoturismo, entre otros ejemplos. Estas acciones generan empleo y contribuyen a reducir la pobreza.
En conclusión, la bioeconomía representa un modelo de desarrollo prometedor que se puede adaptar a las trayectorias y potencialidades que ya existen en nuestro país, convirtiéndose en el motor de la transformación hacia la sostenibilidad en un contexto de economía verde y circular.
Argentina ha ingresado al siglo XXI en medio de una crisis y, en los últimos 23 años, ha presenciado cambios drásticos, disruptivos e innovadores a nivel mundial, como el desarrollo de internet, las redes sociales, las energías renovables, la inteligencia artificial, el cambio climático, las pandemias, el comercio electrónico, los teléfonos inteligentes, el streaming y un nuevo panorama geopolítico impulsado por China, Rusia y Ucrania, entre otros.
Frente a este cambio de paradigma global, Argentina aún se encuentra paralizada. Aunque poseemos el potencial para participar en los principales sectores emergentes productivos y económicos, como la energía renovable, el gas, el software, la inteligencia artificial, el litio, los recursos naturales, el turismo, los alimentos y la cadena de distribución, no hemos encontrado la manera de ponernos de acuerdo. Mientras que en la mayoría de los países ya se ha resuelto la discusión sobre la necesidad de avanzar hacia una agenda de modernización y desarrollo sostenible, nosotros aún estamos debatiendo sobre este tema. Es hora de dejar de discutir el «qué» y comenzar a discutir el «cómo». En este sentido, proponemos abrir el debate sobre el «cómo» mediante la «Agenda Ambiental como Agenda de Desarrollo».
Esperamos recibir sus ideas, comentarios y participación en este debate.
*Javier J. Vázquez – Sociólogo, Coordinador del Observatorio de Desarrollo Sostenible del IML y, Director General de Restauración Ecológica en GCBA
**Mariano Lattari – Biólogo (FCNyM-UNLP) vinculado a la Bioeconomía y el Desarrollo Productivo Sustentable