
Desarrollo, Globalización y Desigualdad
Desde la década del 70-80 se comenzó a debatir el concepto de desarrollo y sus implicaciones, si efectivamente lograba ser un motor para mejorar la vida de las personas o solo servía para enriquecer a algunos pocos. La distribución de la riqueza y la degradación del ambiente son pilares fundamentales de estos argumentos, que aprovechan en incluir en la misma discusión a la Globalización. Así «globalización» y «desarrollo capitalista» conforman un tándem que explicaría la desigualdad y el deterioro ambiental global.
Si analizamos con un foco más amplio la historia de la globalización como proceso arranca en 1492, con el descubrimiento de América por la expedición de Cristóbal Colón. Ese proceso extremadamente errante, con avances y cambios, guerras y pactos, no se detuvo y hoy más de 500 años después estamos en un cenit con instituciones globales como la Organización del a Naciones Unidas (ONU), los Juegos Olímpicos (JJOO) o el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), que cooperan por el bien común, algo completamente novedoso en los 10.000 años de historia de la humanidad. Además, tenemos una conectividad global gracias a la internet y las tecnologías digitales que se desarrollaron a mediados del Siglo XX en los países occidentales capitalistas, por lo que podemos empezar a ver valores globales como pueden ser la lucha contra el cambio climático. Aunque aún existen países y regímenes políticos que tienen deudas con los derechos y las libertades de sus habitantes, son cada vez más frecuentes las condenas mundiales a estas prácticas. También podemos afirmar que ya tenemos consumos culturales y digitales globales (Maradona y Messi, Facebook y Wikipedia). Esto quiere decir que se está conformando lentamente, no sin resistencias, una civilización global, con una cultura global.
Por otro lado, el desarrollo económico impulsado sobre todo por los países occidentales en los últimos 250 años, ha permitido mejorar los indicadores de calidad de vida de toda la población mundial a través de un aumento de la esperanza de vida, de la mejora en la cantidad y calidad de los alimentos y agua, del acceso a medicinas y vacunas; de la tecnología y la energía que son emancipadoras: la energía eléctrica disminuyó radicalmente el tiempo que la mujer debía pasar realizando tareas domésticas y esto permitió que comenzara a mediados del Siglo XX a participar en la educación, la política y el mercado laboral. Los avances tecnológicos nos permiten conectarnos y debatir, pensar y cuestionar frente al poder y las injusticias (podemos ver cómo es central el rol de internet para la formación, crecimiento y mantenimiento del movimiento #CUBALibre), mejorar las remuneraciones y el acceso a bienes. Sin duda vivimos muchísimo mejor que los humanos de 1750 y 1850.
Es cierto que estos dos procesos nos han traído también una presión inadmisible sobre los ecosistemas, con consecuencias como las extinciones de flora y fauna y la depredación de seres vivos, a través de un modelo de producción y consumo que genera toneladas y toneladas de residuos y degradación ambiental. Además, el cambio climático está poniendo en jaque nuestra civilización y nuestra manera de vivir (producir y consumir). Pero paradójicamente el desarrollo de los últimos 200 años nos ha traído también la posibilidad de reencontrarnos con conocimientos sobre la naturaleza que se habían perdido, y los avances políticos, técnicos y científicos necesarios para resolver estos problemas.
Argentina, ante la crisis de un modelo
Desde su formación, nuestro país se vincula con el mundo a través de la explotación de recursos naturales. Es decir, la moneda de cambio que usamos para vincularnos con el resto de los países es nuestro capital natural, renovable y no renovable, como pueden ser el suelo para la soja, la pesca, la minería, el gas, el petróleo, los bosques, etc.
Por otro lado, si analizamos la biocapacidad de la Argentina vemos que en 4 indicadores claves 1) tierra para cultivos, 2) pesca, 3) bosques y 4) tierra para pasturas, solo uno no ha caído en su stock, es decir, solamente en uno de los indicadores no nos hemos empobrecido. El resto de los elementos que usamos para vincularnos y comerciar con el mundo están peores: tenemos menos stock y menos capacidad de crear valor.

Usando una metáfora: somos una panadería que vende pan, pero cada vez tiene menos harina, menos agua y menos levadura, y, además, no tiene el dinero para comprar más mercadería porque se lo utiliza para pagar las cuentas. No sabemos si el panadero piensa que el stock es infinito o que algún milagro lo salvará.
Este fenómeno está claramente relacionado con lo que ha pasado en el mundo con la degradación ambiental. Tanto porque somos parte del planeta degradado, como porque nunca logramos romper la lógica de ser un país que vende materias primas.
Pero lo interesante es que si analizamos las cuentas ambientales del desarrollo argentino encontramos que hay un problema grave: nos estamos descapitalizando. Todo aquello que se generó en términos de renta del capital natural desde 1960 en adelante no se usó para invertir en regenerar biocapacidad, sustituir capital natural o invertir en capital intangible. Se usó para gastos corrientes, servicios baratos o filtraciones del sistema. El Estado cobró las regalías correspondientes por esta explotación, como la administró es otro cuento.
Frente al manejo de los recursos naturales, es bueno recordar la Regla de Hartwick que indica que las rentas de los recursos naturales no renovables deben ser invertidas en otros activos productivos y/o sociales, como pueden ser inversión es regenerar capital natural, o sustituir los recursos no renovables (invertir en energía renovable, por ejemplo), o en capital intangible (educación, formación de recursos humanos). De esta manera el uso de ese capital natural no renovable se reinvierte, y nos permite mantener el valor. Si no se tiene en cuenta esta regla, sería como si usáramos nuestros ahorros para pagar las cuentas de la casa y cuando se acaban ya no tenemos cómo producir más dinero. Se acabó.
Hace poco en el debate público se habló sobre la maldición de los recursos naturales por la cual Argentina sufre empobrecimiento económico desde hace 30-40 años. Quizás no sea tal maldición, sino que es un mal manejo de la renta de recursos naturales, una impericia desde el modelo de desarrollo propuesto, un mal manejo de la renta y del capital presente sin contemplar el mediano largo plazo, una falta de previsión sobre la inversión de esa renta y el desgaste de ese capital. Es decir, no es la maldición de los recursos naturales, sino la maldición de la mala toma de decisiones.
Cambio Climático, el shaper del siglo XXI
En 1972 se editó el estudio “Los Límites del Crecimiento” conducido por Donella Meadows del MIT, encargado por el Club de Roma sobre los límites ecosistémicos del planeta y cuáles eran los límites al desarrollo.
Como dijimos arriba, las mejoras en el bienestar socioeconómico de la población (desarrollo) trajo aparejada un desequilibrio ecosistémico. Estamos llegando (o ya hemos llegado) a los límites físicos del planeta. Y esto es sencillo de argumentar si tomamos un indicador como la huella de carbono global (Global Footprint) que mide el uso de recursos a nivel de países y promedio global. Para el 2021, el 29 de julio significó el día en que agotamos el stock de recursos naturales para este año. Significa que el 30 de julio comenzamos a consumir el stock del 2022. Argentina no es ajena a esta lógica, el día del sobregiro fue el 26 de julio. Quiere decir que nuestro país gestiona peor que el promedio global sus recursos naturales.
Somos un país que se vincula con el mundo mediante la explotación de su capital natural, el cual no tiene una estrategia de reinversión, de sustitución o de complementariedad de ese capital no renovable y tampoco tiene una estrategia ambiental para fortalecer, regenerar o sustituir los recursos naturales que están cada vez más degradados.
¿Por qué?; ¿Falta de información, impericia, populismo, una concepción errada del manejo de los recursos naturales… una mezcla de todos?

Volviendo al cambio climático como el moldeador (o shaper en inglés) del Siglo XXI, en 1987 la comisión de ambiente de la ONU presidida por Gro Harlem Brundtland llamado “Nuestro futuro común”, plantea dos conceptos que hoy son centrales: el legado intergeneracional, que está presente en nuestra constitución nacional, en el Artículo 41 al decir “que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las futuras generaciones”, y el concepto de Desarrollo Sostenible como un equilibrio entre la dimensión ambiental, social y económica. Estos conceptos comienzan a delinear la idea de Desarrollo Sostenible y hoy se materializan en por ejemplo los 17 objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU que son líneas de acción, metas y objetivos para trabajar hacia un desarrollo socialmente equitativos, ambientalmente sostenible y económicamente viable.
Enfrentar y mitigar las amenazas del cambio climático y la búsqueda de un Desarrollo Sostenible son los elementos que diseñan la economía globalizada y las sociedades del futuro. La economía circular, las finanzas verdes, la Economía Azul y otras estrategias de negocios ya están cambiando la manera de entender la producción y los cambios sociales y culturales que proponen las nuevas generaciones con un consumo responsable, evitando comer animales, preocupados con el impacto de su huella de carbono, o el origen de sus alimentos o zapatillas están haciendo mecha en las principales marcas a nivel global que están acomodando sus productos y sus modelos productivos a esta demanda. Sumado a esto, la digitalización de gran parte de la economía es una aliada en la descarbonización. Quiere decir que el cambio está en proceso.
Argentina, por su lado, está lejos de tener un plan de transición ecológica. Su matriz energética se está haciendo más sucia que sustentable, ya que desde 2019 no hay plan de inversión en ninguna tecnología renovable. En cambio, se está impulsando la compra de gas licuado y la reactivación y ampliación de la explotación del Yacimiento Carbonifero Rio Turbio. Argentina no está discutiendo cómo transicionar su complejo agroexportador hacia un modelo sostenible con una demanda de proteína no animal. Al revés, acuerda con China para instalar granjas industriales de cerdos, que probablemente nos dejen unos pasivos ambientales más antes que tarde. Ni hablar de la demora en la digitalización de la economía por el freno que ponen las corporaciones pro status quo. Es decir, Argentina está a contramano de la agenda de adaptación y transición global.
Es importante destacar que Argentina, según los datos que aporta el informe del Banco Mundial, por cuestiones estructurales y coyunturales puede ser extremadamente golpeada por los efectos del cambio climático, dado que el aumento de las sequías impacta directamente en su modelo productivo disminuyendo la renta asociada a la exportación de capital natural y el aumento de inundaciones requerirá de un esfuerzo mayor en subsidios y ayudas para hacer frente a las pérdidas materiales y de infraestructura, lo cual significará mayores gastos en seguridad social en un país en proceso de empobrecimiento. Es decir que una agenda de transición ecológica, para adaptar nuestra economía y modelo productivo no solo es importante para estar alineados al capitalismo que viene, sino porque nuestro modelo colapsa y nuestra economía y población se empobrecerán aún más.
La agenda verde global
El 24 de julio de 2021, la Unión Europea (en adelante, UE) presentó su plan de ruta “en materia de clima, energía, uso del suelo, transporte y fiscalidad a fin de reducir las emisiones netas de gases de efecto invernadero en al menos un 55 % de aquí a 2030” con un programa llamado Fit to 55 (Acomodarnos al 55). Estas líneas de acción representan cambios dentro de la UE en términos de transporte, energía, construcción, gestión de residuos, industria, urbanismo, movilidad, agricultura, entre otras áreas.
Pero a su vez la política climática de la UE plantea ser un faro para el resto del mundo, por lo tanto plantea una política para sus importaciones. Aquellos que quieran vender al principal importador del mundo tendrán que asegurar que sus productos y servicios se ajusten a un nuevo mecanismo de ajuste en frontera del carbono que le pondrá precio en las importaciones de una selección concreta de productos “para velar por que la ambiciosa acción por el clima en Europa no se traduzca en una «fuga de carbono»”. Esto quiere decir que en los próximos años será necesario ajustarnos a los estándares de la UE para poder insertar nuestros productos agrícolas, industriales o servicios en el viejo continente.
Hay un punto interesante a destacar desde lo político que es el rol de los partidos verdes. En muchos países de Europa existen estos partidos desde hace 20-30 años, siendo marginales durante varios años. Pero hoy representan una fuerza política protagonista dado que han ganado elecciones municipales y legislativas, a tal nivel que hoy en el Europarlamento (el parlamento de la UE) los partidos verdes representan casi el 10% de las bancas. Estos legisladores fueron fundamentales para el impulso de este plan de transición súper ambicioso.
Esto fenómeno podría ser una novedad en la política global, aunque por otro lado vemos como los partidos políticos verdes han ido creciendo en Europa desde hace varios años y posiblemente sea una tendencia creciente en los países occidentales, donde cada vez tendrán más protagonismo en la vida política.
En Argentina es un movimiento aún incipiente sobre todo impulsado por la juventud. Es probable que la agenda europea obligue a la política a aggiornarse entre la demanda interna y las restricciones externas. Esta situación es una oportunidad para pensar el desarrollo sostenible, pero, ¿tenemos un plan para llevarlo adelante?
Una oportunidad que es una escotilla más que una ventana
Hace algunas semanas la Agencia Internacional de Energía presentó un informe sobre el 2021 que muestra que la reactivación económica post covid trajo aparejado un aumento del consumo de carbón para generar energía, dado que varios países como Rusia, India, Alemania, entre otros, aún cuentan con mucho carbón en sus matrices energéticas. Esto va a significar un aumento de entre 4-5% de las emisiones en solo 1 año. Lo que quiere decir que se reconocen que los esfuerzos que estamos realizando no alcanzan, coincidiendo con el último informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC). La transición energética global está avanzando, pero aún es lenta.
Es fundamental que los países que todavía tienen carbón en sus matrices lo abandonen urgentemente, dado que es la fuente más contaminante de todas. El carbón genera el doble de emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) que el gas. Quiere decir que una transición de carbón a gas no sería lo óptimo, pero sí generaría una disminución importante y vital a nivel global, a la vez que funcionaría como un puente para una matriz de energías renovables.
Argentina en este sentido cuenta con Vaca Muerta, un reservorio de gas shale. Su extracción es más cara, pero si comienza a primar la baja emisión de GEI en lugar de solo el precio del barril puede ser una gran oportunidad para hacernos de divisas, generar reactivación económica y cambiar el enfoque en cuanto al manejo de nuestros recursos naturales (recordemos la Regla de Hartwick).
Si un escenario en donde la necesidad de bajar emisiones de GEI obliga a una rápida transición del carbón al gas, que puede transportarse en barcos a todo el planeta, frente a un compromiso de transición energética hacia renovables que pone a Argentina, no sólo como potencial proveedor de Gas Natural Licuado (GNL) para los países que hoy queman carbón, sino que podría tomar una posición de liderazgo en la transición mundial, vendiendo el gas pero usando la renta de la venta en la transición propia y empujando la transición global: del carbón al gas, del gas a las renovables en 30 o 50 años.
Pero este planteo requiere un esfuerzo interno, requiere acomodar las tarifas para que la inversión en renovables tenga sentido, requiere normalizar la economía y las reglas de juego para ganar confiabilidad, requiere también un orden jurídico fiable, y un plan a 30 años donde la transición ecológica más inversión en capital intangible sean los nortes. Sería necesario un fondo para asegurar que la explotación de ese capital no renovable, que es el gas, se invierta en una nueva forma de capital a fin de asegurarnos un Desarrollo Sostenible y dejar atrás el “subdesarrollo insostenible”. La otra variable es externa, si nosotros como país no logramos acomodarnos internamente para afrontar este desafío, el mundo va a encontrar otras fuentes de gas y otras estrategias de transición, porque la necesidad global es urgente y cada vez menos líderes políticos internacionales lo ponen en debate.
Esta escotilla de oportunidad que tenemos por delante, pequeña, sutil, momentánea, tiene su viabilidad atada a las decisiones que como país tomemos en los próximos 3-4 años. Para 2025 ya debemos tener definido cuál va a ser nuestro rol en este proceso de transición ecológica global, que es quizás el proceso de cooperación, cambios y desafíos más importante de la historia de la humanidad y donde la agenda ambiental es una agenda de desarrollo.
* Javier Vázquez es Sociólogo, especialista en Desarrollo Sostenible y consultor en proyectos de Energía Renovable, Economía Circular y Desarrollo para Gobiernos, Banco Mundial, BiD y ONGs.