Por Iván Beletzky*
Como apunta Hannah Arendt, las reflexiones filosóficas sobre la política nunca alcanzan la misma profundidad que el resto de las cuestiones. “La ausencia de profundidad de sentido no es otra cosa que la falta de sentido de profundidad en la que la política está anclada” (Arendt, 1995: 46). Esto me recuerda una entrevista a Frank Zappa quien, a propósito del rol de la literatura musical, el genial guitarrista explicaba que “escribir sobre música es cómo bailar acerca de la arquitectura”.
Así, no tiene mucho sentido hacer grandes divagaciones sobre la cuestión política ya que es una disciplina muy ligada al quehacer. No obstante, es un quehacer complejo y muy arraigado a su contexto ya que se trata de “estar juntos y los unos con los otros de los diversos… según determinadas comunidades esenciales en un caso absoluto, o a partir de un caos absoluto de las diferencias” (Arendt, 1995: 46). En esa misma línea, Montesquieu en su célebre Del Espíritu de las Leyes explica que la naturaleza del gobierno es aquella cuya constitución particular se adapta mejor a la naturaleza del pueblo respectivo ya que, como asevera Aristóteles “será el mejor gobierno esa organización en virtud de la cual cualquier ciudadano pueda progresar y ser feliz” (Aristóteles, 1995: 249). Cómo y por qué alguien puede ser feliz, en la más concreta cotidianeidad, depende entonces de cómo los gobiernos son capaces de interpretar sus contextos y ofrecer respuestas para acercar a sus ciudadanos a la felicidad o facilitarles el camino hacia ella. Tocqueville también afirma que “adaptar un gobierno a los tiempos y lugares; modificado según las circunstancias y los hombres: tal es el primero de los deberes impuestos en nuestros días a aquellos que dirigen la sociedad” (Tocqueville, 2011: 11).
En fin, pensar en política es imaginarse un gobierno, afincado en un territorio, en un contexto y en una coyuntura, y con él la manera de gestionarlo. Esto inevitablemente implica reflexionar sobre lo práctico y, más allá de buenos hábitos o conductas virtuosas, la gran pregunta de los gobernantes debería ser cómo interpretar lo que significa la felicidad para su ciudadanía.
En este sentido, del debate sobre buen gobierno nos interesan aquellos aportes que hacen hincapié en cómo lograr, tanto eficaz como eficientemente y de manera transparente, la incorporación del mayor número posible de voces. Con esto queremos decir que el buen gobierno implica, más allá de su búsqueda práctica, una postura ética para dar respuesta al para qué existen los gobiernos. En este sentido, estamos más cerca de las últimas producciones sobre buen gobierno que tiene un interés más cercano al compromiso por la participación y la gobernanza local. En otras palabras, las que hacen hincapié en la relación entre gobernantes y gobernados. La quimera del autogobierno quedó atrás por irrealizable. Sin embargo, es muy importante distinguir las cualidades requeridas de los gobernantes y las reglas organizadoras de la relación entre ellos y los gobernados para desarrollar una visión superadora de buen gobierno y, no menos importante, entender que “el objetivo consiste no sólo en demostrar quién tiene la capacidad de lograr un buen gobierno sino, también, en imponer una definición de qué es o qué debe entenderse por “buen gobierno”” (Saltalamacchia y Ziccardi, 2005: 45). Así, “gobernar es siempre, desde la perspectiva del «buen gobierno», un proceso interactivo porque ningún agente, ya sea público o privado, tiene bastantes conocimientos ni capacidad de emplear recursos para resolver unilateralmente los problemas” (Stoker, 1998: 9)
En los orígenes del debate, el Banco Mundial (1992) consideraba que un buen gobierno era aquel que venía a contrarrestar la epidemia de los malos gobiernos en los países en desarrollo tanto en América Latina y, sobre todo, en el continente africano. Desde allí se proponía un buen gobierno centrado no tanto en el tipo de régimen político, sino más bien en determinadas características del proceso de gobernabilidad, como son la rendición de cuentas, la transparencia y el estado de derecho.
Por su parte, el Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo (CLAD) también manifiesta avances significativos en el debate sobre qué atributos deben estar presentes en un gobierno para ser considerado como buen gobierno. En este sentido, explica que “un buen gobierno es aquel que busca y promueve el interés general, la participación ciudadana, la equidad, la inclusión social y la lucha contra la pobreza, respetando todos los derechos humanos, los valores y procedimientos de la democracia y el Estado de Derecho” (CLAD, 2006: 4).
Finalmente, el trabajo de Saltalamacchia y Ziccardi (2011) recorre las características de buen gobierno. Según el citado texto, un buen gobierno es aquel que promueve el bienestar general con eficiencia, eficacia, responsabilidad (rendición de cuentas), atención de las demandas ciudadanas y promoción o aceptación (o ambas) de la participación organizada y autónoma de la ciudadanía y avanza en atributos que deberían existir en los gobiernos a partir de la distinción entre aspectos administrativos, su gestión política y la articulación entre distintos niveles gobierno. Pero, más allá de ser una visión con especial énfasis en la cuestión de la intervención y promoción de la participación ciudadana, el modelo propone el ejercicio de medir la Disposición al Buen Gobierno. Es decir, el interés en la disposición y aptitud demostrada por los gobiernos en cada una de las dimensiones de buen gobierno: “disposición a la eficacia”, a la “eficiencia”, a la “responsabilidad”, a la “atención de las demandas ciudadanas” y a la “promoción o aceptación (o ambas) de la participación ciudadana”.
En síntesis, existen varias visiones, instrumentos y métodos para identificar síntomas de un buen gobierno. Esto implica, más allá de las dimensiones que aparecen en varios de esos enfoques – como la transparencia, la rendición de cuentas y la eficiencia-, una postura ética sobre lo que significa gobernar bien. Es más, a la hora de implementar métodos de evaluación para medir esos conceptos recurrentes, que configuran la definición mínima de buen gobierno, los modelos tampoco se ponen de acuerdo sobre qué significa ser un gobierno transparente, eficiente y con un sistema de rendición de cuentas. Entonces, identificar un buen gobierno implica, por un lado, analizar las políticas de un gobierno en pos de avanzar en las dimensiones del buen gobierno; esto comprende observar procesos de gestión pública que lo favorecen. Pero, además de esta evaluación procedimental, un buen gobierno se observa también, sobre todo, en sus resultados. En este sentido, es obligada la incorporación de la visión de los beneficiarios y afectados abordando un enfoque sistémico del gobierno. De la conjunción de procedimientos y resultados tenemos una visión bastante completa de un buen o mal gobierno. Porque a lo que podemos aspirar a la hora de trasmitir regularidades virtuosas desde la reflexión estilística de un artículo es a resaltar la importancia de que la buena gestión de un gobierno es un trabajo sistemático y en constante diálogo tanto con los problemas como con los actores (beneficiados y perjudicados) y, en ese ejercicio, no hay lugar para la búsqueda de grandes verdades, de teorizaciones absolutas ni de profundidades divagantes.
Referencias bibliográficas
• Aristóteles (1995), Política. Buenos Aires, Alianza Editorial.
• Arendt, Hanna (1995), ¿Qué es la política? Barcelona, Ediciones Paidós
• Banco Mundial (1992), Governance and Development disponible en http://documents.worldbank.org/curated/en/604951468739447676/pdf/multi-page.pdf
• BID (2013), Liderando el desarrollo sostenible de las ciudades. Washington, BID.
• Monstesquieu, Jean Jacques (1984), Del Espíritu de las Leyes. Buenos Aires,
Ediciones Orbis, S.A. – Hyspamérica –
• Saltalamacchia, Horacio y Ziccardi, Alicia (2005), “Las ciudades mexicanas y el buen gobierno local: una metodología para su evaluación” en Revista mexicana de sociología 67, número 1 (enero-marzo 2005): 31-97. Ciudad de México, México.
• Stoker, Gerry (1998), El buen gobierno como teoría: cinco propuestas disponible en https://aaeap.org.ar/wp-content/uploads/2016/02/buen_gobierno_stoker.pdf
• Tocqueville, Alexis (2011). La democracia en América. Edición especial preparada para Teoría Política II por la Agrupación universitaria FUP, de la UNSAM, 2011 (Textos extraídos de http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/politica/tocqueville/caratula.html )
* Iván Beletzky, es vicepresidente del Instituto Lebensohn y su director académico. Además, es Maestrando en Gobierno Local y Jefe de Divulgación en el AGCBA.
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