
El pasado viernes 24 de septiembre se realizó una nueva marcha por el clima. Por primera vez desde su origen, en 2018, participaron de la movilización partidos políticos junto a una amplia diversidad de representantes de diferentes sectores sociales. Así, se vieron desde partidos de izquierda hasta La Cámpora, Juventud Pro, Juventud Radical, sindicatos, movimientos sociales y organizaciones de sociedad civil que trabajan temáticas ambientales de diferentes extractos.
Esta heterogeneidad le otorga al reclamo una legitimidad y una potencia pocas veces vista, y plantea un gran desafío a la política para poder evacuar tal amplitud de reclamos que van desde “soberanía alimentaria mediante tierras para auto cultivo” a “transición energética hacia energías renovables”; “ley de humedales ya!” hasta “sin Justicia Ambiental no hay Justicia Social”; o algunas agrupaciones que ven en el ambientalismo la excusa perfecta y el móvil adecuado para “ponerle fin al capitalismo”.
La radicalización de los reclamos suele darse cuando desde la política formal no se logra vehiculizar respuestas a esas demandas. Por ejemplo, la Ley de Humedales duerme el sueño del carpincho, mientras que una novel Ley de Promoción de Hidrocarburos corre como liebre entre las comisiones del Congreso. Y esto genera rechazo, bronca, no solo por que una ley que el espacio apoya esta frenada, sino porque la línea de acción del gobierno hace una cosa mientras que en lo discursivo dice lo contrario.
Sin duda que la agenda ambiental pone en tensión el statu quo productivo, económico, social, cultural, de consumo y descarte. Esto quiere decir que debemos trabajar con dos tensiones: por un lado, la tensión del tiempo ya que debemos adecuarnos contrarreloj para lograr encauzar la transición hacia 2030 y consolidarla en 2050; y, por otro lado, la tensión de los que quieren sostener el statu quo. Paradójicamente estos no están solo representados por señores millonarios, rubios, panzones, con más de 50 años y sin ética ni empatía, hay jóvenes que se prenden en el negacionismo del cambio climático, lo cual incrementa la complejidad del asunto.
No voy a detenerme en las causas de ese negacionismo en los jóvenes, ya que requiere un artículo particular. Pero llama la atención las críticas especialmente dirigidas hacia los espacios políticos que participaron en la marcha, sobre todo hacia las juventudes que conforman Juntos (UCR, Pro, CC-Ari). Porque vencer viejas inercias en la manera de hacer y definir el progreso parece condición necesaria para imprimir una velocidad más al proceso de transición. Por eso el principal desafío de la crisis climática no es, de hecho, ni científico ni tecnológico ni económico. Lo que la lucha contra la crisis climática necesita hoy es una extraordinaria habilidad política para articular la transición necesaria y hacerlo sin generar un reguero de víctimas colaterales.
La agenda climática, aquella que se centra en los impactos del cambio climático, y la agenda verde de transición ecológica, que se centra en la economía, la producción, el consumo y su adecuación a modelos sostenibles, deben ser pensadas como una agenda de desarrollo productivo. Desarrollo que incluye en su ecuación la regeneración ambiental, la eficiencia en el uso de recursos, la equidad, la mejora en la distribución de oportunidades, generación de nuevos empleos, nuevas tecnologías y nuevas oportunidades.
No es ni debe ser entendida como una agenda de freno al desarrollo, de pobrismo sostenible, de una vuelta al edén, una utopía “autosustentable de comunidades de autocultivo”. La agenda verde debe entenderse en el marco de la transformación digital del capitalismo, dejando atrás viejas prácticas y tecnologías: esto quiere decir dejar atrás combustibles fósiles, rellenos sanitarios y basurales, dejar atrás ríos contaminados y bosques arrasados.
El desafío político es inmenso, y debe lograr alinear, encontrar, acercar, los esfuerzos posibles de la economía con las demandas ideadas de la sociedad civil. Sin la política estas dos dimensiones irremediablemente chocarán, y la transición necesaria se trabará.
El desafío incluye, por ejemplo, impulsar la industria de las energías renovables, generar migración de empleos desde otros rubros energéticos y también nuevos empleos asociados, lo que incluye pensar tanto en parques como en domicilios, de manera local y federal. En este camino será necesario impulsar una economía circular que logre consolidarse como industria para generar miles de empleos formales nuevos que hoy no existen, dado que la mayoría de los residuos de argentina terminan en rellenos o basurales. También precisamos generar incentivos para ampliar las experiencias en el país para regenerar bosques y capturar carbono, buscando que sea un negocio rentable. Otro puente hacia el desarrollo puede ser el ecoturismo, una industria con el potencial de generar miles de empleos asociados. Y por último, la transición energética se complementa con la necesaria transformación para hacer más eficientes los edificios: nuevos materiales y nuevos empleos en la construcción.
El motor del capitalismo 4.0 es digital: se fabrica y transporta información mediante canales electrónicos. Esto generará un incremento del consumo energético, lo que va a requerir que generemos fuentes de energía sostenibles y más eficientes. La búsqueda de la eficiencia en los procesos y uso de materiales será el nuevo mantra productivo de esta etapa del capitalismo. Por eso será necesario pensar de manera circular tanto productos como servicios, para incorporar lo que antes era basura o residuos o externalidades como recursos para un nuevo proceso.
Estos cambios generarán miles de nuevas oportunidades y empleos, también le pondrá fin a rubros e industrias hoy existentes. Ese proceso Joseph Schumpeter lo vio y lo llamó «destrucción creativa», así que los liberales no deberían preocuparse.
Desde la política debemos pedir y pensar mejores políticas ambientales porque debemos repensar nuestro vínculo con la naturaleza, con nuestro entorno, ya que creemos en la ciencia y en los informes sobre el impacto del cambio climático. Porque además creemos que es necesario actualizar el modelo productivo de Argentina, prepararlo para el próximo capitalismo, digital y sustentable, y que esta estrategia permitirá generar los empleos necesarios a largo plazo para terminar con la decadencia, recibir las inversiones necesarias e invertir en educación para el futuro.
Creemos que la agenda ambiental es una agenda de progreso y desarrollo, pero para que eso suceda debemos comenzar a plantear la ruta de transición, también incorporar la voz de la sociedad civil para construir de manera colectiva el desarrollo sostenible y que las demandas comiencen a tener respuestas. Sobre todo para que, con los temerosos al cambio, podamos discutir el “cómo” y no el “qué”.
* Javier Vázquez es Sociólogo, especialista en Desarrollo Sostenible y consultor en proyectos de Energía Renovable, Economía Circular y Desarrollo para Gobiernos, Banco Mundial, BiD y ONGs.