
La Cuestión Ambiental, como objeto de estudio y abordaje, es el más novedoso y complejo de los problemas con que lidiamos en estos años; tanto por sus consecuencias, que podemos proyectar desde hoy y a largo plazo, como por la complejidad de su abordaje sistémico; por los desafíos inmediatos a la matriz productiva y energética; su interjurisdiccionalidad global y por el hecho que representa un asunto intergeneracional.
Su abordaje no puede ser únicamente biologicista, conservacionista o ecologista. Requiere análisis sociológicos, antropológicos, económicos y financieros. Al cambio climático hay que entenderlo, también, como una variable que modifica el funcionamiento de todo el sistema complejo que es nuestra vida en sociedad dentro del planeta Tierra.
Parafraseando a Melconián en Córdoba, todos los países que se encuadran en un modelo capitalista, occidental, federal y progresista están abordando la cuestión ambiental como un factor fundamental para el desarrollo de los años por venir. Con avances, retrocesos, parates y contradicciones; pero en ninguno de los países de la Unión Europea o de la OCDE es un tema menor, y forma parte de la agenda de la alta política.

En todos estos países existen áreas específicas del gobierno federal y subnacionales que planifican desde la hipótesis que el modelo económico global va a cambiar, y está cambiando, hacia un modelo económico sostenible. La principal novedad en este sentido es que se comienza a pensar el sistema económico dentro de un sistema más grande: la biosfera global.
Podría parecer abstracto, pero hoy tenemos el comercio global en nuestras manos. Un teléfono móvil contiene materiales y piezas de países de los cinco continentes, tanto por los microchips como por las tierras raras que los componen. Por lo tanto, el sistema económico se sustenta en un intercambio global de materias primas que tienen origen en un sistema más grande que es la naturaleza o biosfera. Entonces para que el sistema económico siga creciendo y genere más desarrollo y progreso, no puede exceder el sistema natural que lo contiene, o hay que hacerlo más eficiente.

Un sistema económico que contemple los recursos naturales significa que, si queremos más energía eléctrica para todos nuestros dispositivos de conexión, debemos ir hacia una matriz energética menos contaminante. Si queremos aparatos tecnológicos de avanzada, como los smartphones, debemos impulsar un modelo de circularidad que permita actualizarlos y repararlos sin desechar la totalidad de las partes.
Bien. Hasta acá todo muy interesante, pero en Argentina tenemos 12% mensual de inflación, inseguridad creciente y un desasosiego total hacia el futuro. Pensar en el intercambio global, la biosfera y los impactos ambientales es muy complejo. Es cierto. Hoy más que nunca parecerían temas de sociedades desarrolladas. Pero lamentablemente, en un mundo así de globalizado, como el actual, debemos resolver la urgencia interna sin descuidar el proceso externo. Somos y queremos seguir siendo un país que se vincule económicamente con el mundo. Y el mundo está cambiando las reglas del comercio global. Esto tiene repercusiones gigantes sobre nuestro modelo económico: los cambios que están sucediendo fuera de Argentina, en pos de un sistema económico sostenible, nos interpelan y nos obligan a generar planes y propuestas para nuestra adaptación.
Abordar esos temas, que parece que no son soluciones para lo urgente (o al menos a simple vista), requiere de una mirada sistémica, global, económica, financiera y ambiental.
Se trata de adaptar nuestro sistema energético, productivo, alimentario, logístico, de consumo y, así, Ad infinitum, en toda la cadena de valor. Son transformaciones que se inscriben en un cambio de paradigma económico global, pero que tienen complejidades y matices, realidades y lógicas propias de cada territorio nacional o regional. El horizonte es compartido: emisiones netas 0 (cero) en 2050, un compromiso asumido por nuestro país junto a otros 200, en el marco de la COP21 de 2017 en París.
En este escenario es imprescindible contar con un Ministerio de Ambiente que acompañe este proceso. Un ministro de ambiente que cuente no solo con el presupuesto y el respaldo político, sino con la visión y el equipo necesarios para avanzar en esta transición desde una óptica capitalista, occidental, federal y progresista.

El rol de la política y de los gobiernos no se circunscribe a solucionar lo urgente. Debe también proponer futuro, tomar riesgos. El desafío hacia un modelo de sostenibilidad obliga a la política a asumir esas decisiones para proponer cambios, no siempre comprendidos por la ciudadanía o bienvenidos por el statu quo. El problema ya está golpeando a la puerta: incendios, inundaciones y olas de calor que impactan directamente en nuestra economía. También, nuevas legislaciones sobre huella de carbono o deforestación que regulan el comercio internacional; nuevas tecnologías e innovaciones digitales o bioquímicas que en los próximos años dejarán obsoletas industrias enteras.
El enfoque con el que el mundo está abordando la agenda ambiental hacia un modelo de sostenibilidad se proyecta, fundamentalmente, en la creación de miles de millones de nuevos puestos de trabajo que hoy no existen. El modelo de sostenibilidad propone generar nuevas industrias, nuevos mercados y nuevos empleos. Esto puede ayudar a resolver la urgencia nacional y encauzarnos hacia el gran debate internacional.
La Argentina que queremos ser debe incorporar una agenda sostenible, con un Ministerio de Ambiente que lidere este debate y proponga asumiendo riesgos, evitando la parálisis que genera que la emergencia nos bloquee todo. Por eso es fundamental tener un Ministerio de Ambiente.
Javier J. Vazquez – Sociólogo. Coordinador del Observatorio de Desarrollo Sostenible.